lunes, 13 de noviembre de 2023

Apología del Paganismo por Quintus Aucler, después de su muerte (*

La belleza del Paganismo inspira a Claudio Monteverdi en una del las mejores óperas que se han creado. 


                                   
                                                       (presionar subtítulos en español) (*)
De la pluma y la inspiración del genial Giovanni Papini en su obra Juicio Universal, página 163. 
Estos párrafos no se encuentran el la red hasta el día de hoy, que yo los transcribo en este blog. 

Gabriel André Auclerc nació en Argenton, aproximadamente en el 1750, cambió su nombre por el de Quintus Nantius, siendo más conocido por el de Quintus Aucler, tuvo una muy buena educación clásica. Culpaba al Cristianismo de la fatalidad de Europa, era un firme partidario de implantar el Paganismo durante la Revolución Francesa. Tuvo muy pocos seguidores, murió en junio de 1810. 

                                                                               Ángel 
En tu tiempo la locura de los hombres trataba de destruir todo lo antiguo y hacer todo lo nuevo. Tu locura fue al revés, pero casi más grande. Soñaste con resucitar una religión hundida desde hace quince siglos y condenada por las mejores conciencias del género humano. ¿Cómo te salvarán ahora tus dioses? Quintus Aucler Es demasiado fácil escarnecer a un vencido antes de haberle escuchado. Y te diré que si el retorno propuesto por mí a los hombres hubiese sido verdadera locura me hubieran seguido, no hubiera permanecido solo. Mi voz era de sabiduría,y, por eso, no fue escuchada. La revolución había decapitado a la monarquía; la filosofía había desplazado al Cristianismo. Pero ni el culto robusto de la Diosa Razón ni el seco Deísmo podían caldear y confortar las almas. La religión dominante era una encina deshojada, podrida y hueca, las religiones nuevas, esquejes sin raíz plantados en la arena. Y, sin embargo, era necesaria una religión para los más, no una religión abstracta, sino capaz, con sus ritos y con sus mitos, de agradar a los ojos y de saciar la fantasía. El partido más razonable me pareció el de remontarme más allá de los negros siglos cristianos, hasta la serena luz de la Paganía. El Cristianismo había sido para los pueblos una senil seducción, edad de ceguera, de traición, de decaimiento. La fortuna del Cristianismo fue debida a los bárbaros, a los esclavos, a los pueblos oprimidos y cansados. Su triunfo fue obra, en definitiva, de razas y de clases inferiores. Otros misterios y no sólo el Cristianismo, prometían la resurrección y la inmortalidad de la persona, pero únicamente el Cristianismo hacía esperar, con su teoría del perdón y del amor, la impunidad de las culpas. Si la misericordia del Padre es infinita, si la sangre del Hijo es Gracia para todos los pecadores, si basta un simple impulso de arrepentimiento, aún a última hora, para obtener la salvación, no había otra religión que pudiera ser más acepta que la cristiana para todos los que acostumbran o desean cometer delitos, cuales eran precisamente las hordas de los bárbaros feroces y las manadas de plebeyos y amargados. Y fueron estos naturales enemigos de la antigua civilización, estos violentos groseros, ricos sólo de avaricia y de rencor, los que dieron el triunfo al Cristianismo. Un emperador de bárbaro linaje lo declaró legítimo; otro emperador de de estirpe bárbara proscribió y persiguió los últimos paganos. El temor, la ignorancia, la charlatanería, hicieron todo lo demás, y la perfecta y luminosa religión que el mundo había visto fue sepultada y calumniada como superstición diabólica. Yo reconocía la sublimidad de algunas enseñanzas de Jesús, pero era fácil demostrar que los más justos preceptos de su doctrina se encontraban ya en los más elevados espíritus paganos que vivieron antes que Él. No había vencido por ellos, sino únicamente por la facilidad ofrecida de borrar todo pecado y de reducir toda expiación. El ladrón, el homicida, adúltero, podían vivir ya tranquilos: una breve confesión, una pequeña oferta, una ligera penitencia, una palabra de arrepentimiento, alguna oración y podían volver a comenzar desde el principio, y luego seguir hasta la víspera de la agonía. Si el amor de Dios no tiene límites, si Cristo ama con predilección y protege a los pecadores, ya no era necesario abstenerse del mal. El hombre podía hacer, por fin, su placer en la tierra y conquistar la eterna felicidad. Bien diverso y muy superior el Paganismo, mucho más humano y sabio en cada uno de sus aspectos. Porque yo no trataba de restaurar el corrompido y grosero paganismo de la gusanera ciudadana y cosmopolita, sino el Paganismo radiante y puro que tenía su teología en los Misterios y su moral en los Estoicos. eL Paganismo no rechaza ningún elemento de la naturaleza humana, ninguna forma justa de la vida, ningún ideal de una plena civilización. Era la religión hecha a medida del hombre, creada para todos los hombres, donde cada uno era guiado por su particular divinidad, protegido por su numen. Al soldado no se le imponía el culto de Atenas, ni al sabio la adoración de Marte. Afrodita consolaba a la juventud, Jupiter fortificaba la virilidad. Cada hogar tenía su dios doméstico; cada arte su musa; cada antro su sibila; cada selva, su ninfa; cada hombre su genio tutelar. El politeísmo no era una necia fábula, sino necesidad razonable. Correspondía en lenguaje poético, a la nativa y natural pluralidad de las inclinaciones, de las pasiones, de las aspiraciones del hombre. Un Dios único, que condenaba como sospechosa y pecaminosa más de la mitad de la vida, no estaba hecho para nuestra especie, para la especie por él mismo creada. Tan en verdad, que el politeísmo, por su naturaleza insuprimible, resurgió hipócritamente en el mismo Cristianismo en persona de la Virgen y de la Providencia, bajo los despojos de los santos más populares. En los años que mi pueblo intentó a precio de sangre y de errores resucitar las austeras y libres, y justas repúblicas de la antigua Grecia y de la primera Roma, me pareció pues, llegado de sustituir una religión de bárbaros y de histéricos con la antiquísima fe de los sabios y de los poetas. Los hombres que pasaban de antiguas a nuevas servidumbres y alucinaciones, no me escucharon. Reanudé, por mi cuenta, en mi casa las prácticas del culto pagano, pero nadie me siguió, nadie recogió mi llamada a la salud, a la razón, a la plenitud de la vida. Por esta tentativa, infeliz más que estúpida, pagaré la pena sin lamentos, como conviene a un filósofo. Renegarlo ahora con palabras no me valdría la salvación ni pido piedad a quien tuve por enemigo. Me reconozco vencido, pero no quiero ser vil.(fin? ...Quintus Aucler fue un gran admirador de Lazare Lenain que nació en París bajo el terror en 1793 se dedicó toda su vida a la magia y a la venta de libros, fue maestro masón de una pequeña logia parisina que no recuerdo su nombre, ni ganas de esforzarme en recordarlo, que estaba bajo la obediencia del Gran Oriente de Francia. Pasó el resto de su vida en esta ciudad, alternando trabajos de librero de segunda mano. Se caso dos veces y tuvo 16 hijos, fue una figura emblemática y muy influyente de la ciudad; ahora se comprende la descomposición de Francia con estos personajes que durante 200 años han decretado doscientas mil leyes masónicas que han influido en la creación de una sociedad poco saludable.
https://upload.wikimedia.org/wikipedia/commons/0/0d/COUV-LENAIN-Science-Cabal-WEB.jpg
Su obra cabalística. SI QUIERES ESCUCHAR EL ARTÍCULO PEGALO AQUÍ https://ttsreader.com/es/

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