miércoles, 8 de junio de 2016

Tempestades de acero. El Romanticismo en la guerra y el Código del Samuray.


                                                                         
Ernest Junger, uno de los filósofos, escritores y novelista mas importante del siglo XX. con 16 años se alistó en la Legión Extranjera francesa, viajó por el  África francesa, la experiencia del arte de la guerra, el honor y el valor le marcó para siempre. Su obra es fundamental para conocer la personalidad de los hombres que vivieron la primera mitad del siglo XX.


Por fin me había alcanzado una bala. A la vez que percibía el balazo sentí que aquel proyectil me sajaba la vida. Mientras caía pesadamente sobre el suelo de la trinchera había alcanzado el convencimiento de que aquella vez todo había acabado, acabado de manera irrevocable. Y sin embargo, aunque parezca extraño, fue aquél uno de los poquísimos instantes de los que pueda decir que llegué ha ser feliz de verdad. En ese instante capté la estructura interna de la vida, como si un relampago la iluminase.

Ernest Jünger. Tempestades de acero. página 299.


                                                                         
Daidoji Yuzan. Escritor japonés, que floreció durante el período Edo, cuyo nombre completo era Daidoji Yuzan Shigesuke.

Un samuray debe ante todo tener constantemente en mente, día y noche, desde la mañana de Año Nuevo, cuando toma sus palillos para desayunar, hasta la noche del último día del año, en que paga sus facturas, el hecho de que un día ha de morir. Ésa es su principal tarea.
            Si es plenamente consciente de ello, podrá vivir conforme a la Vía de la Lealtad y del Deber Filial, evitando multitud de males y adversidades, se mantendrá libre de enfermedades y de la desgracia y, además, gozará de larga vida.
           También tendrá una personalidad distinguida  y con muchas cualidades admirables.
Daidoji Yuzan. El Código del Samuray. Introducción página I.

martes, 7 de junio de 2016

Tres aforismos sobre la maldad.

                                                                       
                                       
                           (todas las citas las presento con sus respectivas fuentes)

                                                                            Esopo
                                                                 

Por mucho que los malvados quieran hacernos creer en su bondad, su natural nos impide creerlos.
                                           -Esopo: Fábula 63. El ladrón y el lobo-


                                                                           
                                                                       Víctor Hugo

Asombra y extraña en la facilidad con que creen los malvados que todo les saldrá bien-
                         -Víctor Hugo: Los trabajadores del mar. Capítulo I, página 7-.

                                                                     
                                                                               
                                                                          Voltaire

Los malos son siempre desdichados; sirven para poner a prueba a los justos, pues no hay mal que de algún bien provenga.
                                             -Voltaire: Zadig, capítulo III, página 72-

lunes, 6 de junio de 2016

En memoria de la Arcadia de Don Armando Palacio Valdés.





                                                                               

                                                        Armando Palacio Valdés

Invocación

et in Arcadia ego.

¡Sí, yo también nací y viví en Arcadia! También supe lo que era caminar en la santa inocencia del corazón entre arboledas umbrías, bañarme en los arroyos cristalinos, hollar con mis pies una alfombra siempre verde. Por la mañana el rocío dejaba brillantes gotas sobre mis cabellos; al mediodía el sol tostaba mi rostro; por la tarde, cuando el crepúsculo descendía de lo alto del cielo, tornaba al hogar por el sendero de la montaña y el disco azulado de la luna alumbraba mis pasos. Sonaban las esquilas del ganado; mugían los terneros; detrás del rebaño marchábamos rapaces y rapazas cantando á coro un antiguo romance. Todo en la tierra era reposo; en el aire todo amor. Al llegar á la aldea, mi padre me recibía con un beso. El fuego chisporroteaba alegremente; la cena humeaba; una vieja servidora narraba después la historia de alguna doncella encantada, y yo quedaba dulcemente dormido sobre el regazo de mi madre.
                La Arcadia ya no existe. Huyó la dicha y la inocencia de aquel valle. ¡Tan lejano! ¡Tan escondido rinconcito mío! Y sin embargo, te vieron algunos hombres sedientos de riqueza. Armados de piqueta cayeron sobre ti y desgarraron tu seno virginal y profanaron tu belleza inmaculada. ¡Oh, si hubieras podido huir de ellos como el almizclero del cazador dejando en sus manos tu tesoro!
Muchos días, muchos años hace que camino lejos de ti, pero tu recuerdo vive y vivirá siempre conmigo. ¡Y aún no te he cantado, hermosa tierra donde vi por primera vez la luz del día! Mi musa circuló ya caprichosa y errante por todo el ámbito de nuestra patria. Navegó entre rugientes tempestades por el océano; paseó entre naranjos por las playas de Levante; subió las escaleras de los palacios y se sentó en la mesa de los poderosos; bajó á las cabañas de los pobres y compartió su pan amasado con lágrimas; se estremeció de amor por las noches bajo la reja andaluza; elevó plegarias al Altísimo en el silencio de los claustros; cantó enronquecida y frenética en las zambras.
                ¡Y aún no ha cantado á los héroes de mi infancia! ¡Aún no te ha cantado, magnánimo Nolo! ¡Ni á ti, intrépido Celso! ¡Ni á ti, ingenioso Quino! ¡Aún no ha caído á tus pies, bella Demetria, la flor más espléndida que brotó de los campos de mi tierra! Hora es de hacerlo antes que la parca siegue mi garganta.
                Viajero, si algún día escalas las montañas de Asturias y tropiezas con la tumba del poeta, deja sobre ella una rama de madreselva. Así Dios te bendiga y guíe tus pasos con felicidad por el principado.
                Y vosotras, sagradas musas, vosotras á quien rendí toda la vida culto fervoroso y desinteresado, asistidme una vez más. Coronad mis sienes que ya blanquean con el laurel y el mirto de vuestros elegidos, y que este mi último canto sea el más suave de todos. Haced, musas celestes, que suene grato en el oído de los hombres y que, permitiéndoles olvidar un momento sus cuidados, les ayude á soportar la pesadumbre de la vida.